Agárrame, agárrame, que le pego, por Augusto Álvarez Rodrich

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Con el argumento de que pretenden derrocarlo, el presidente Pedro Castillo y su comando político conformado por un premier alucinado y los ministros más adulones de su corte precaria, han emprendido, desde el mensaje de fiestas patrias, una estrategia sustentada en eso que él no entienda bien –como tantas otras cosas– de que la mejor defensa es el ataque.

Y se ha dedicado, entonces, a lanzar amenazas en tuits, plazas y convocatorias pintorescas al palacio del desgobierno que hace un año quería que sea museo y terminó de guarida de cuchipandas por las que él y su familia están siendo investigados por corrupción.

Las amenazas son diversas, pero, en general, apuntan a informar que terminó el tiempo de recibir sin contestar a todos los sectores que él y su cogollo de la corte de la sobonería y la tergiversación creen que son sus ‘enemigos’.

Al Ministerio Público intenta desprestigiarlo enviando ujieres con expedientes a los medios, a los cuales también ataca desde hace un año en cuanta plaza puede, y a ambos amenaza con movilizar masas violentas para darles un ‘estatequieto’. A la inversión pretende intimidarla con acciones de control y castigo para cobrarle ‘deudas históricas’ que no entiende, pero balbucea con entusiasmo fingido.

Y al Congreso la da ultimátums de disolverlo, el sueño de todo dictadorzuelo en busca de adhesiones que lo salven del patíbulo, pues nadie quiere a los parlamentos, especialmente a este que ya logró la degradación impensable.

Es cierto que este presidente ha tenido enemigos que lo quisieron sacar del cargo incluso antes de que lo jurara, como esa derecha fraudista sin causa en la que participó su actual canciller.

Hoy, por sus taras obvias como gobernante, dos tercios quieren que se vaya, pero no se ven intentos serios de sacarlo, ni en la calle apática; ni en la Fiscalía que tiene procesos de larga maduración; ni en un Congreso que sabe que su caída arrastraría a la propia.

Mientras, este presidente destartalado y deambulante balbucea ultimátums como los de esos que van por las calles buscando broncas y diciéndole a su grupo ‘agárrame, agárrame, que le pego’, cuando todos saben que ni puede sostenerse en pie pues ni ata ni desata sus propios pasadores.

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