Una capital sin limeños

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A mi amigo Ernesto Hermosa le encantaba conversar sobre la Lima del siglo XX. En cada crónica que yo publicaba estaba su olfato de curiosidad. Por ello en el programa “Presencia Cultural” siempre estuvo presente con esa cuota de merodeo e indagación. Y nuestro tema favorito era la Carretera Central. La vía que une costa, sierra y selva. Ese sendero empachado de vehículos y que ha generado nuevas formas económicas que operan entre lo legal, lo informal y lo delincuencial. Esa torrentera que ha creado originales enlaces culturales en una Lima policéntrica, caótica y violenta. La arteria esclerótica que hoy, y por la construcción de la Línea 2 es un meandro polifónico donde se muere varias veces.

Y la gran carretera no es más que esa metáfora de la capital del Perú como concepto, utopía y desarrollo. Nuestra urbe anárquica e ingobernable y sus 43 distritos. Aquella que cruza el país desde La Punta, Callao y hasta el lago Titicaca. Que es la tripa robusta de la nueva ciudad y sus economías. Allí donde el Perú se afronta. Por ello no creo ni en Urresti y menos en López Aliaga, dos tipejos sin sensibilidad social, que puedan domar la ciudad posapocalíptica –como diría Monsivais– que tiene más de desafío que de institución urbanística.

Suelo citar a Matos Mar y Rolando Arellano antes de Porras o Salazar Bondy que no se imaginaron de la conmoción de la migración que colapsa la urbe limeña desde la invasión de los cerros –El Pino, San Pedro, El Agustino– y que consolida una urbe dual y más. Como lo afirmaba Aníbal Quijano en su estudio “Dominación y cultura: lo cholo y el conflicto cultural en el Perú”. “Todas las ciudades, esas llamadas megalópolis latinoamericanas, sobreviven en una tensión entre lo visible y lo invisible, entre lo que se sabe y lo que se sospecha. El tema aunque recurrente para las ciencias sociales, es harto complejo en estos procesos de hibridez. Así, existe un Perú indudable y patente y otro borroso e incomprensible”.

El sábado falleció Ernesto Hermosa y hace un par de meses nos dejó Carlitos Fernández Loayza. Lima los va a extrañar, seguro más que yo porque a ellos les fascinaba comprender nuestra capital. Igual que a Augusto Ortiz de Zevallos. Y ya sabemos que Lima no necesita un alcalde sino un mago. Porque Lima fue fundada cinco veces. Y los mejores limeños se están muriendo. Una pena.

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