Cuando los hartazgos se encuentran, por Eduardo Villanueva Mansilla

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Como pasa habitualmente, el hartazgo se agota. La indignación que produjo el golpe palaciego de Merino en 2020 no pudo ser canalizada en dirección alguna, al ser tan cercana a las elecciones que trajeron a Castillo al gobierno. Durante esa elección, las derechas coincidieron en su desprecio por el Estado de derecho ante su pánico por perder el control del país, y las izquierdas terminaron tragadas por la angurria de poder y dinero de algunos supuestos revolucionarios. El autoconfinamiento de Castillo lo redujo a nada y lo llevó a su suicidio político.

Desde entonces, parece que no hay alternativa. Por un lado, la brutalidad de la cosplayer presidencial, cuya razón de ser es evitar terminar en el Hotel Presidente; por el otro, la coalición oportunista en el Congreso, que busca adueñarse de todo lo que pueda sin más propósito que el poder por sí mismo. Al frente, una sociedad civil que no ha encontrado cómo hacer que la ciudadanía deje de estar harta, de estar harta.

Entre los que se movilizan masivamente, pero no logran organizarse, y los que se organizan sin poder movilizarse más allá de su organización, el grueso de los peruanos está cansado de todo, pero preocupado por lo concreto: la delincuencia, la inflación, la estasis económica.

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Ahora se viene la ENSO (sigla en inglés de El Niño-Oscilación del Sur), que volverá a mostrar las terribles carencias del Estado peruano, en todos sus niveles, y que a quienes no sumerja en lodo les hará más difícil alimentarse o incluso beber agua limpia. Todo en medio de la crisis climática, que nadie en la clase política parece haber descubierto.

Es probable que la viabilidad de la cosplayer presidencial se agote por completo si los estragos de El Niño son comparables a los de 1998, y la respuesta estatal comparable a la habitual. El problema seguirá siendo que el Congreso no está interesado en deshacerse de su pararrayos.

¿Resistirá el Perú la suma de hartazgos? En marzo de 2024, muchos compatriotas estarán tratando de sobrevivir, pero en abril, cuando escampe, las carencias materiales, la agudización de la delincuencia y las inevitables protestas oportunistas serán recibidas por un gobierno sin capacidad de hacer realmente nada, dirigido por alguien que seguirá siendo un adorno irrelevante.

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Estaremos ahí en una situación terrible: a dos años de las elecciones, sin válvula de escape clara y con la clase política buscando cómo no hacerse responsable de lo que pase, los hartazgos se pueden combinar en una tromba que se retroalimente, cual huracán, hasta extremos inesperados. Aparte de reprimir, nadie en el Ejecutivo sabrá qué hacer; el Legislativo, impúdico como es, seguirá actuando como si la realidad no existiera.

El horror que viene puede ser el peor de todos.

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