Lucha Reyes: 50 años de su última canción

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Un 31 de octubre de 1973 dejó de existir la más reconocida voz de la música popular de la costa del Perú. Lucila Justina Sarcines Reyes era su nombre. Lucha Reyes la llamaban, una de las más grandes artistas afroperuanas.

Lucha Reyes se convirtió en un ícono para sus seguidores porque bregó durísimo y destacó en una Lima que por esos tiempos marginaba, en un Perú que por entonces diferenciaba al otro por el color de la piel, por el género o por el grosor de la billetera.

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La cantante, que nació el 19 de julio de 1936, logró al paso de los años llegar a ser uno de los mayores personajes de la cultura popular en nuestro país. Un símbolo del siglo XX.

Se convirtió en un ícono de la música popular de la costa peruana.

Con sus labios gruesos, sus ojos enormes, con sus pelucas, su negritud hermosa, su voz potente e intensa.

Surgida de los callejones, de la comicidad popular, del criollismo que ya le abría paso a la presencia provinciana. Sin duda, fue uno de los rostros de lo que fue nuestro país y de lo que aún no deja de ser.

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Conocedores de los sonidos criollos coinciden en afirmar que Lucha Reyes debe ser considerada no solo una de las grandes de la música de la costa peruana, sino, para la mayoría, la mejor.

No solo sostienen esta afirmación en esta ocasión, al cumplirse 50 años de su fallecimiento.

Sus defensores señalan su procedencia, los desafíos que enfrentó, el acoso de la pobreza y las enfermedades, la violencia a la que debió enfrentar de su padrastro y su primer esposo, la burla en los escenarios por su color y su raza de parte de su promotor.

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También por supuesto destacan su musicalidad.

Con algunos títulos para recordar la belleza y contundencia de su canto: Regresa, Tu voz, Como una rosa roja, Propiedad privada, Mi última canción, Yo tengo una pena, Una carta al cielo, Déjalos…

Yo tengo una pena, Jamás impedirás, José Antonio, Así lo quieres tú, Perdón por adorarte… son otros temas que convirtió en joyas musicales.

Son muchas canciones, convertidas en oro musical por su tono y vibración, pero añadimos otros tres de preferencia personal donde el amor y el desamor se codean y entrecruzan, donde la frustración no da paso al rencor sino a pizcas de esperanza, donde la rendición ante el amor perdido tiene asomos de resignación y entendimiento.

Siempre te amaré (la sangre de mis venas/ también te la daré/ con tal que te convenzas/ que siempre te amaré); Mira bien si hay razón (ya ves que me resigno/ sin odios sin rencores/ que otra te dé la dicha/ que yo no te brinde); Que importa (una pena más / es una gota de agua en el océano para mí / un fracaso más que importa).

En su voz, las composiciones de autores nacionales y extranjeros, llegaban a altos niveles de sentimiento y emotividad.

Y con el impacto de su timbre también su conjunto brillaba en sonidos: la guitarra de Alvaro Pérez, el acordeón de César Silva, el saxo de Polo Bances, la segunda guitarra de Máximo Arteaga, el cajón criollo de Pomadita Lazón.

César Silva, Polo Bances, Máximo Arteaga, Álvaro Pérez y Pomadita Lazón, su conjunto musical.

Junto a ellos, Lucha fue nuestra, se hizo nuestra, no porque en esos tiempos se vivía un nacionalismo exacerbado debido al velazcato, a los kausachum, a los partidazos de Chale, Sotil y compañía, a los triunfos del vóley peruano, a los rumores de recuperar Arica…

Lucha se hizo parte de la mayoría de los peruanos porque buscó salir del infortunio, de la pobreza, de los maltratos.

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Su biografía la revela como una mujer que nació en el Rímac, en medio de la precariedad de mamá lavandera y un papá que dejó la vida cuando ella era apenas una niña. Y también la registra en aquella infancia que la llevó a vivir a las zonas pobres del Callao hasta que el incendio de la casita donde se albergaba la obligó a mudarse a los Barrios Altos.

Esa difundida biografía indica que su mamá enfermó, tuvo que dejar de trabajar y la pequeña Lucila fue a dar al convento Buen Retiro de las madres franciscanas, donde aprendió costura y trabajos manuales. En Breña, un tío suyo, cantor de la guardia vieja, visitado por los amigos de la jarana, la hacía cantar, aprendiendo entonces a entonarse en medio de la bohemia y los bordoneos criollos.

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La reseña de su vida indica que se casó con un sargento de la policía, quien la maltrató a sus regaladas ganas, hasta que se separaron. También que Lucha Reyes empezó a abrirse camino en escenarios radiales y centros musicales. Y que a finales de los años 50 empezaron sus graves problemas de salud.

Y, por último, señala que en los 60 se hizo conocer en La Peña Ferrando, donde imitaba y cantaba y a la vez recibía las duras burlas del animador, quien hacía reír a los espectadores refiriéndose a su negritud y figura.

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Del año 70 al 73, gozó de tres años de triunfos. Su primer éxito, Regresa, composición de Augusto Polo Campos, con esa soberbia entrada de los teclados de Silva, de la guitarra de Pérez, del saxo de Bances, se convirtió en su emblema de batalla sentimental.

Google le rindió tributo con un doodle conmemorativo en los 83 años de su nacimiento.

A los 34 años, tras su vida llena de vicisitudes, conoció la alegría de sentirse reconocida, de ser aplaudida en su canto.

Pero solo fue por poco tiempo.

Constantemente se internaba en el hospital de Bravo Chico. Y una mañana fría de 1973, la diabetes pudo más, le provocó un infarto que acabó su batalla por la existencia. Iba en un taxi con su hijo a una actividad por el Día de la Canción Criolla.

Aunque para ese momento, 50 años atrás, ya había impregnado varias composiciones con su temperamento, con su voz desgarrada, como si fuera un reclamo a la vida, a todo lo que había padecido desde niña.

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Lo suyo era un canto surgido del dolor, de la pobreza, de la incertidumbre, en la que se reconocían por primera vez una ciudad y un país que cambiaban, que cambiarían mucho más con la llegada de migrantes y nuevas expresiones populares.

Su entierro fue uno de los más concurridos que conoció Lima, esa Lima que esta vez sí la aceptaba, con sus 37 años vividoS en lucha constante. Que la aceptaba, mientras su féretro era llevado en hombros hasta la Iglesia San Francisco, de Lima, con más de 30 mil personas cantando Tu voz, Regresa, Mi última canción.

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50 años se cumplen de ese día en que partió la inmortal Lucha Reyes.

La puesta teatral Lucha Reyes, sin decirte adiós , del dramaturgo Eduardo Adrianzén.

La cantante que amaba las pelucas, la de negritud hermosa, la de la voz que conmueve, de quien después se haría una miniserie (Regresa, dirigida por Michel Gómez y escrita por Eduardo Adrianzén), documental (Lucha Reyes carta al cielo, dirigida por Javier Ponce Gambirazio), teatro (Lucha Reyes sin decirte adiós,  dirigida por Rómulo Assereto) y muchos textos sobre su arte.

50 años de la más grande de la canción criolla.

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